Epecuen – Lo que el agua se llevó… El testimonio

La Villa del Lago Epecuén era un poblado ubicado a poco más de 500 Km. de la Ciudad de Buenos Aires en las orillas de la laguna que lleva su mismo nombre. Esta villa fue en un tiempo pasado un lugar próspero en donde miles de turistas llegaban al año al pueblo en búsqueda de las propiedades curativas que posee la laguna dada su alto contenido de sal en sus aguas. Tal es así que la concentración de salinidad de sus aguas es comparable a las aguas del Mar Muerto. La primera referencia histórica sobre el Lago Epecuén data del año 1770 aproximadamente cuando la descubrió el piloto de la Real Marina Española, Pablo Zizur quien la bautizó con el nombre de San Lucas. También existen documentaciones históricas acerca de los Araucanos, quienes usaban las aguas con fines terapéuticos. Durante principios del Siglo XX se fueron afincando en la zona pobladores merced a la llegada del ferrocarril. Esto sumado a las propiedades de las aguas hizo que la villa tuviera un rápido crecimiento llegando a tener una población estable de 1500 habitantes y capacidad hotelera para unos 25000 visitantes.

 

En 1985 Epecuén quedó anegada durante una inundación que afectó a todo el sistema de lagunas conocidas como encadenadas. Los terraplenes que defendían a la ciudad desde fines de la década anterior cedieron y cerca de la mitad del pueblo quedó sumergido. Al año siguiente Epecuén se encontraba con cuatro metros de agua en algunas zonas y en 1993 la laguna volvió a crecer perdiéndose definitivamente. Hoy en día las aguas están diez metros por encima del nivel antes de la inundación. Sus pobladores que la abandonaron se afincaron principalmente en Carhué debiendo comenzar allí una nueva vida.

Hoy Epecuén es tan solo un recuerdo y su presente es tan solo la historia de un pueblo al que un día lo tapó el agua. Allí quedan los árboles que han muerto de pie y las construcciones, muchas de las cuales todavía asoman emergiendo del agua.

 

Porqué pasó este desastre ecológico?

A fines de la década de los años ´60, los grandes terratenientes oriundos de los partidos de San Carlos de Bolívar, Daireaux, Guaminí y Adolfo Alsina poseían grandes extensiones de fértiles tierras; al comenzar a sufrir ciclos de intensas sequías no tuvieron mejor idea que presionar para la construcción de canales que unieran las lagunas y lagos "aislados": La idea era aprovechar los caudales generados por las precipitaciones de las cuencas superiores, sin hacer hincapié en que Lago Epecuén era una cuenca "sin salida" y, en consecuencia, los excedentes hídricos se acumularían en dicho lago provocando un aumento de la superficie. Lo único que "unía" hasta ese momento (a los lagos y lagunas) era la línea de falla que compartirán hasta que la naturaleza diga lo contrario.

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Desde 1980 la laguna creció entre 50 y 60 centímetros por año y amenazaba con rebasar el terraplén construido para proteger al pueblo. Nadie pensaba en lo peor, pero la tragedia ocurrió y, cuando la protección se quebró, no hubo vuelta atrás.

¿Qué pasó con todos los pobladores? A pesar que se resignaban a irse del pueblo tuvieron que rehacer su vida como pudieron, de cualquier modo. La mayoría le inició juicio al gobierno provincial. Algunos cobraron el 50 por ciento del valor de la propiedad y los que pudieron esperar recibieron lo que les correspondía, pero 15 años después. "Nos quedamos sin plata, sin casa y sin trabajo. Fue muy difícil. Se siente tristeza e impotencia porque se podría haber evitado.", lamentó Ricardo Zappia, otro ex habitante, sentado sobre los escombros de lo que fue su hotel.

 

Epecuén Hoy…

Paisaje desolador, la salitre y su blancura cubren como un tapiz los estériles suelos y las casonas en ruinas, que alguna vez fueron el orgullo de los pobladores de la villa turística, hoy se parecen a blancos fantasmas entumecidos en el tiempo.

 

En los últimos cincos años el agua bajó varios metros y hoy quedan pocas cuadras inundadas. El pueblo está resurgiendo de una inundación y se espera que el próximo verano todas las ruinas estén en la superficie. Ofrecerá un atractivo diferente: sólo se verá el recuerdo de lo que fue el epicentro turístico de la región.

 

 

Más allá del poblado y en dirección hacia la laguna, y bajo salobres y mineralizadas aguas, descansan hoteles con termas y piletones de barro con propiedades curativas que constituían el paso obligado de quienes buscaban aliviar los dolores reumáticos.

Hoy sólo resta observar la antigua estación ferroviaria que se encuentra como antaño, mantenida por sus casuales moradores. La estructura edilicia pudo sobrevivir al avance de las intempestivas aguas, por encontrarse en un terreno (elegido sabiamente por ingenieros ingleses) más elevado que la propia Villa Epecuén…

 

Los árboles (Eucaliptus en su amplia mayoría) han quedado inmóviles para siempre… las intrépidas aguas y la blanca sal los invadió por completo, les quitó su vida, su corteza y hasta la posibilidad de brindar esa frondosa sombra que en las cálidas tardes de la villa, nos permitían guarecernos de intensos y calcinantes rayos solares. Los colosos… fueron heridos de muerte, ergo perpetuados en el tiempo.

Es un paisaje difícilmente de olvidar, tanto el biotopo como la biocenosis se han transformado; esto es un ejemplo de sucesión de comunidades.

 

Un lugar donde sólo es posible escuchar el silbido de las aves; por cierto, la avifauna ha disminuido considerablemente. La causa, es la enfermedad que sufre el planeta actualmente… el Homo contamineitus (nosotros, los seres humanos).

Los escasos ejemplares de palomas, torcasas, teru-teru anidan en los más intrincados e inhóspitos recovecos de la derruída villa turística.

 

Recién después de 14 años, sólo ha comenzado a brotar (en sectores menos castigados por la salitre) la verde alfombra que alguna vez formó parte del pastizal pampeano.

El eco es parte del cambio, aunque todo yace invadido por el fantasma blanco: la sal.

 

A modo ilustrativo un documento del canal de noticias de TELEFE con testimonios de pobladores de esta Villa.